El Miércoles 8 de Marzo, la Plaza del Ayuntamiento de Valencia estaba un poco más llena de lo normal para ser un día de entre semana, el motivo era la celebración del Día de la Mujer, no voy a entrar en debates y opiniones sobre este día, simplemente deciros que estoy hasta los cojones de que todos los días sea el día de algo o de alguien.
Mi mujer y yo hicimos un día redondo, fuimos al gimnasio juntos y al terminar nos acercamos andando al Ateneo Mercantil a ver la mascletá. Allí había quedado con mi madre que venía con unas amigas del barrio a celebrar también el día de la mujer. Estuvimos un rato en con ellas, en el salón de columnas, nos tomamos unas cervezas y refrescos y juntos, vimos el disparo de grandes sonidos en orden ubicado en un espacio muy reducido, o lo que coloquialmente se viene a decir «Mascletá en la Plaça del Ayuntament».
Al terminar, mi mujer yo habíamos reservado mesa para comer en el restaurante de abajo, casi subsuelo, está muy bien el efecto, estás comiendo y ves pasar diversidad de piernas con colecciones diferentes de zapatos y zapatillas 🙂
Nos sentaron para comer en una mesa para dos, con un nuevo concepto en el que uno de los lados compartes sofá con el que tienes al lado, mi mujer eligió esa parte y yo me senté en una silla-sillón bastante ancha la verdad. En este nuevo concepto no se llega a invadir tu espacio vital, pero la verdad es que la distancia es muy corta.
Mi mujer tenía a su izquierda a una señora de unos 65-70 años, no más, ella sola, daba la sensación de que estaba esperando a alguien (yo me imaginé que eran un grupo de señoras y ella fue la primera que había llegado), estaba tomando una cerveza… la observé durante unos segundos y no me gusto lo que vi, la cara la tenía absolutamente blanca y su mirada bastante perdida, su comportamiento no era normal. Seguimos comiendo, se levantó al baño, tardó bastante, mi cabeza ya no paraba de montarse historias del tipo «Joer a ver si la señora va a ser diabética, se encuentra mal, se va al baño a pincharse y la caga».
Salió del baño y le sirvieron el primer plato, a nosotros todavía no, íbamos casi sincronizados con la cocina pero ella iba un pelín adelantada, a mi mujer ya le había comentado que a esa mujer le pasaba algo, no era normal. Le pego dos pinches a la ensalada y retiro el plato, la cerveza tampoco se la tomó, llamó al camarero y pidió una coca-cola, se la traen «está usted mejor señora?» comenta el camarero, a lo que la señora le responde que no mucho… ya estaba claro, la señora tenia una «pájara» que no se tenía en pie !!!!
Le comento a Mari que le pregunte como está y si necesita algo más, siempre es mejor con esas edades que pregunte una mujer que yo directamente, pensé.
«Se encuentra bien señora, necesita que le ayudemos?» esbozó mi mujer muy amablemente para intentar, se nos quedo mirando, pálida, con cara de muerta y dijo con una voz temblorosa «La verdad es que no me encuentro muy bien, estoy un poco mareada» con un acento Valencianote hermosísimo. «Sabe si sufre de tensión? es hipotensa? tiene el azúcar bien? diabética?» me dió la oportunidad a realizar le una batería de preguntas y hacerle un chequeo rápido… «En general estoy de todo eso bien, ya me han atendido, porque esperando la mascletá, ya me encontraba mareada», y qué le han hecho los servicios de asistencia? (continue yo preguntando)… «Me han tenido un rato tumbada y ya está»… Y ya está? le han dejado ir así? joer, me imagino que los sanitarios estarán en prácticas, pero yo al menos le hubiera tomado la tensión, dado una pastillita o alguna otra cosa al menos para recuperar el color… «bueno, no se preocupe, le dijimos, pídase un café con azúcar, descanse, cierre los ojos y acomódese en el sofá, nosotros estamos aquí al lado, si vemos que en un rato no se recupera, llamamos al 112 y que le asistan».
La señora intentaba cerrar los ojos y descansar, pero le era imposible, sino era el camarero con el café, eran sus hijas que le llamaban impotentes para ver como estaba… «Son mis hijas, no tengo ganas ni de hablar… soy de cerca de Xeresa, me he venido yo sola a ver la mascletá, he dejado el coche en Gandia y me he venido en tren…claro hora y media ahí plantada»… no se preocupe, le insistí yo, tomese el café, no tenga ninguna prisa en coger el tren, hasta que usted no se encuentre mejor, no vaya a ninguna parte. Por fin hubo un momento de tranquilidad y pudo cerrar unos minutos lo ojos y descansar. Mientras nosotros comentando con las vecinas de nuestra izquierda «la calorá» que estaba haciendo y que era normal que la gente se encuentre así tras aguantar casi dos horas de pie, al sol, de plantón y encima sin tomar nada.
No pasarían 10-15 minutos, en el momento de nuestro café, la señora abrió los ojos, de forma milagrosa, ya era otra persona, seguía blanca, blanca pálida, pero no blanca muerta, ya podía hablar… «Que alegría señora, ya es otra persona, a qué se encuentra mejor?»… la verdad es que sí, un poquito mejor, sonrió. Y como se llama? le pregunté yo, «Me llaman Josefa, pero todo el mundo me llama Pepita», un placer Pepita, vamos a hacer una cosa, siga descansando y cuando mi mujer y yo nos acabemos el café, le vamos a acompañar a la estación a que usted coja el tren, si de camino hasta ahí se encontrará mal, paramos y pedimos ayuda para que le asistan, le parece? Pepita no sabía donde meterse, su cara era toda felicidad, no sabía como correponder nos, insistió en pagarnos la comida varias veces, a lo que nosotros nos opusimos «Xeeeee Pepita, faltaría más, no queremos que nos pague nada, cuando un día de estos vayamos a la playa de Xeresa ya nos invita a una cerveza vale?» a lo que ella afirmo y se quedo convencida… «No soy de Xeresa, soy de un pueblo de al lado, de Gata, Gata de Gorgós«, sonrió ella muy orgullosa.
Salimos del restaurante de camino a la estación, unos 500 metros, mucho más animada ya nuestra amiga Pepita iba hablando con mi mujer y comentando sus cosas «Cojase a mi, le dijo mi mujer», no lo dudó y la Señora Pepita iba con mi mujer cogida de manera más segura. Al llegar a la estación, a la entrada le dije «Déjeme su teléfono Pepita», ella sin dudarlo me lo dió, marque mi móvil, hice una llamada pérdida y le dije «El último teléfono es mi móvil, si encontrara mal en el tren, por favor, no dude en llamarnos, y al llegar por favor, llámenos para quedarnos nosotros tranquilos, le parece?» Doña Pepita no pudo hablar, le saltaron las lágrimas y nos empezó a dar besos y abrazos «Gracias, gracias, gracias»… nos despedimos y la mujer inició su camino hacia su tren.
Ya en el despacho, justo a la hora y pocos minutos de dejar a Pepita en la estación, recibo una llamada «Soy Silvia, la hija de Pepita, ya ha llegado, está bien, muchas gracias, gracias, gracias, grac…» la tuve que interrumpir y decirle «Silvia, no hay que dar las gracias, simplemente hemos hecho lo que a nosotros nos hubiera gustado recibir si nos hubiéramos encontrado en una situación similar«… «Dale un beso a tu madre de parte de mi mujer Mari y mías», así lo haré, dijo ella.
Brutal el gesto chicos! Me encanta leer este tipo de historias, claro que aún queda gente de bien jeje.